
Salió de un orfanato en la mayor pobreza. Hoy es el segundo hombre más rico de Italia, después de Silvio Berlusconi.
Desde un pequeño taller construyó un imperio en torno a un producto en apariencia convencional: los anteojos. Intuitivo para captar las veleidades del mercado, hábil para capitalizar el prestigio del diseño italiano, obsesivo con la calidad y la integración vertical, audaz en su política de adquisición de empresas, Leonardo Del Vecchio, con Luxottica, se convirtió en protagonista central del negocio óptico.
Una singular mixtura entre localismo y globalización, entre tradición e innovación, permitió a Leonardo Del Vecchio, erigirse en uno de los más poderosos empresarios italianos. Dedicándose a diseñar, producir y comercializar marcos para anteojos de alta calidad, destinados a consumidores de medio y alto poder adquisitivo. Del Vecchio construyó Luxottica Group, una empresa que, integrando verticalmente a un sector altamente fragmentado, logró transformar un pequeño negocio en una gran industria.
La historia de este hombre que vive en una señorial residencia de Milán, atraviesa Manhattan en una interminable limousine y cruza el Atlántico en su jet particular, tiene algunos ingredientes dignos de una telenovela. Su infancia estuvo marcada por la pobreza familiar y los horrores de la Segunda Guerra Mundial. Sus padres, un vendedor callejero de verduras y una camarera, vivían con sus cuatro hijos en una humilde vivienda junto al canal Naviglio, en un barrio obrero de Milán. Leonardo nació en 1935, cinco meses después de la muerte de su padre y a los siete años, ante la difícil situación de la familia, debió ingresar al orfanato Martinitt, de donde salió en 1949, dispuesto a abrirse paso en los difíciles años de postguerra. A los 15 años trabajaba como operario en la metalúrgica Johnson, donde se producían medallas, distintivos y otras piezas metálicas. Allí se encargó por un tiempo de grabar accesorios para anteojos que estaban destinados a Sferoflex, empresa que más tarde pasaría a formar parte de su holding. Entretanto sus estudios de dibujo y grabado en la Academia de Brera, le ayudaban a descubrir habilidades ocultas. Tras once años como operario, instaló un pequeño taller donde comenzó a desarrollar la actividad.
En 1961, con poco dinero y mucho coraje, Leonardo Del Vecchio daba los primeros pasos de su brillante carrera como empresario. Hacía seis años que se había casado con Luciana, una chica de 17 años, con la que tuvo tres hijos. Para sostener a la familia, complementaba su salario con algunos trabajos por cuenta propia, a través de los cuales se contactó con Metalflex, una pequeña empresa con la que se asoció para instalar un taller. El lugar elegido fue Agordo, un pequeño pueblo de la región de Belluno, en el Véneto, cercano al centro turístico de Cortina D Ampezzo, gravemente afectado por la desocupación, donde la Comuna ofrecía terrenos en condiciones muy ventajosas para atraer a pequeñas compañías. El aguerrido Leonardo decidió aprovechar la oportunidad y así nació Luxottica. Al principio trabajaba hasta 20 horas diarias, codo a codo con su esposa y catorce operarios fabricando todo tipo de accesorios metálicos, pero paulatinamente fue especializándose en piezas para anteojos, un rubro en expansión y con menos competidores a la vista.
Una singular mixtura entre localismo y globalización, entre tradición e innovación, permitió a Leonardo Del Vecchio, erigirse en uno de los más poderosos empresarios italianos. Dedicándose a diseñar, producir y comercializar marcos para anteojos de alta calidad, destinados a consumidores de medio y alto poder adquisitivo. Del Vecchio construyó Luxottica Group, una empresa que, integrando verticalmente a un sector altamente fragmentado, logró transformar un pequeño negocio en una gran industria.
La historia de este hombre que vive en una señorial residencia de Milán, atraviesa Manhattan en una interminable limousine y cruza el Atlántico en su jet particular, tiene algunos ingredientes dignos de una telenovela. Su infancia estuvo marcada por la pobreza familiar y los horrores de la Segunda Guerra Mundial. Sus padres, un vendedor callejero de verduras y una camarera, vivían con sus cuatro hijos en una humilde vivienda junto al canal Naviglio, en un barrio obrero de Milán. Leonardo nació en 1935, cinco meses después de la muerte de su padre y a los siete años, ante la difícil situación de la familia, debió ingresar al orfanato Martinitt, de donde salió en 1949, dispuesto a abrirse paso en los difíciles años de postguerra. A los 15 años trabajaba como operario en la metalúrgica Johnson, donde se producían medallas, distintivos y otras piezas metálicas. Allí se encargó por un tiempo de grabar accesorios para anteojos que estaban destinados a Sferoflex, empresa que más tarde pasaría a formar parte de su holding. Entretanto sus estudios de dibujo y grabado en la Academia de Brera, le ayudaban a descubrir habilidades ocultas. Tras once años como operario, instaló un pequeño taller donde comenzó a desarrollar la actividad.
En 1961, con poco dinero y mucho coraje, Leonardo Del Vecchio daba los primeros pasos de su brillante carrera como empresario. Hacía seis años que se había casado con Luciana, una chica de 17 años, con la que tuvo tres hijos. Para sostener a la familia, complementaba su salario con algunos trabajos por cuenta propia, a través de los cuales se contactó con Metalflex, una pequeña empresa con la que se asoció para instalar un taller. El lugar elegido fue Agordo, un pequeño pueblo de la región de Belluno, en el Véneto, cercano al centro turístico de Cortina D Ampezzo, gravemente afectado por la desocupación, donde la Comuna ofrecía terrenos en condiciones muy ventajosas para atraer a pequeñas compañías. El aguerrido Leonardo decidió aprovechar la oportunidad y así nació Luxottica. Al principio trabajaba hasta 20 horas diarias, codo a codo con su esposa y catorce operarios fabricando todo tipo de accesorios metálicos, pero paulatinamente fue especializándose en piezas para anteojos, un rubro en expansión y con menos competidores a la vista.
Tras varios años de producir para otros fabricantes, el todavía desconocido empresario se aventuró a desarrollar modelos propios para comercializarlos con su marca. Para 1971 se presentó en sociedad ocupando un pequeño stand de una exposición comercial en Milán, donde sus productos fueron muy bien recibidos. En poco tiempo llegaron al Véneto pedidos provenientes de varios países europeos; se hacía indispensable ampliar la pequeña planta e incorporar nuevos equipos. Era un riesgo que sus socios no se animaron a enfrentar. A costa de grandes sacrificios, Del Vecchio consiguió el dinero para comprar a Metalflex su participación y continuó con el objetivo trazado.
A mediados de los setenta el modesto taller había devenido en una empresa de dimensiones respetables. Con un ritmo de crecimiento del 20 por ciento anual y exportando casi el 80 por ciento de sus productos, se hacía necesario replantear el modelo de organización para optimizar la producción, sostener costos competitivos y asegurar buenos carriles de distribución. Frente a esa coyuntura, el presidente de Luxottica puso en marcha una agresiva política de inversiones destinada a incorporar tecnologías de avanzada y acrecentar su capacidad productiva, expandiendo la fábrica de Agordo, construyendo otras nuevas o adquiriendo y modernizando plantas que ya estaban en funcionamiento.
A mediados de los setenta el modesto taller había devenido en una empresa de dimensiones respetables. Con un ritmo de crecimiento del 20 por ciento anual y exportando casi el 80 por ciento de sus productos, se hacía necesario replantear el modelo de organización para optimizar la producción, sostener costos competitivos y asegurar buenos carriles de distribución. Frente a esa coyuntura, el presidente de Luxottica puso en marcha una agresiva política de inversiones destinada a incorporar tecnologías de avanzada y acrecentar su capacidad productiva, expandiendo la fábrica de Agordo, construyendo otras nuevas o adquiriendo y modernizando plantas que ya estaban en funcionamiento.
En 1981 Luxottica compró Sferoflex, una compañía con treinta años de trayectoria en la fabricación de monturas metálicas, dueña de patente de la primera bisagra elástica. La operación sorprendió por igual a sus competidores en el negocio óptico y a los empleados más antiguos de Sferoflex, que reconocían en el nuevo patrón al aprendiz que habían conocido en la metalúrgica Johnson. Esta fue la primera de una serie de adquisiciones que terminarían por transformar a Luxottica en un poderoso holding. Hoy la empresa cuenta con seis ultramodernas plantas que funcionan con la precisión de un reloj suizo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario